Aunque el libro VI de las Metamorfosis de Ovidio refiere otras transformaciones (como las de Aracne y Níobe) dentro de un hilo cronológico mítico, que es uno de los mayores logros del poeta de Sulmona, la más conocida de todas es la que afecta a Progne, Filomela y Tereo (cf. Ov. Met. VI, 412-674). Hay épocas, de roma filología en mi opinión, en que Ovidio ha sido despreciado como autor menor, de prolija e insustancial creatividad. Pero es una manera prejuiciada de acercarse al "de más extraordinaria difícil facilidad de todos los poetas de la Antigüedad", en palabras de Antonio Ruiz de Elvira, su meritísimo editor en la colección Alma Mater (cuyo texto sigo).
En la larga narración poética (¡felices épocas en que estas palabras no constituían un oxímoron!) de este mito aparecen, con peculiar maestría, algunos de los elementos típicos del decurso poético del autor: la sobriedad expositiva, que no renuncia a demorarse, cuando le parece, en los detalles patéticos y descripciones cruentas -de raigambre homérica-, hilvanada de una sensualidad contenida pero constante, y el gusto de recrearse en las paradojas y la ironía trágica.
Particularmente, llama la atención la habilidad de Ovidio al manejar el leit-motiv de la mudez de Filomela provocada por la mutilación de Tereo: al descubrir Progne el crimen de su esposo Tereo contra su hermana Filomela, a la que ha secuestrado, violado y cortado la lengua para que no lo delate, por un mensaje escrito enviado por ésta, aquélla queda muda de dolor, incapaz de dar rienda suelta a su indignación, y su mente se centra en imaginar su venganza:
fortunaeque suae carmen miserabile legit
et (mirum potuisse) silet: dolor ora repressit,
uerbaque quaerenti satis indignantia linguae
defuerunt, nec flere uacat, sed fasque nefasque
confusura ruit poenaeque in imagine tota est.
(vv. 582-585)
Este enmudecimiento, y los ritos de Baco que son el pretexto de Progne para salir a recobrar a Filomela, preanuncian el embrutecimiento y la inhumanidad progresiva del personaje, inclinada así a un comportamiento bestial. Tras rescatar a su hermana, que se siente avergonzada de haberse convertido, a su pesar, en su rival (paelex sororis) -extraordinaria paradoja que ilustra el desamparo de la violada en una sociedad cuyos códigos de honor la condenan- y esconderla en palacio, aparece Itys el hijo común de Progne y Tereo, y ésta trama una terrible venganza; sus propósitos homicidas se ven contenidos, empero, por el abrazo y tiernas palabras del niño, mas entonces vuelve su rostro a su hermana, y se pregunta por qué uno puede llamarla madre, y la otra ya no puede llamarla hermana:
inque uicem spectans ambos 'cur admouet' inquit
'alter blanditias, rapta silet altera lingua?
Quam uocat hic matrem, cur non uocat illa sororem?
(vv. 631-633)
La mudez de la hermana fuerza el enmudecimiento de los argumentos morales que deberían haber impedido a Progne ejecutar su venganza contra el padre en el hijo, que es asesinado, despedazado y servido como vianda al padre. Al preguntar éste donde se encuentra el niño, Progne le responde que dentro de sí tiene al que busca ('intus habes, quem petis'), y aparece de un salto Filomela, quien le arroja la cabeza ensangrentada del niño; ésta no habría preferido expresar con palabras su satisfacción (...nec tempore maluit ullo / posse loqui et meritis testari gaudia dictis [vv. 559-560]); el padre llora y se llama miserable sepulcro de su hijo (flet modo seque uocat bustum miserabile nati), y empieza a perseguir a las hermanas. Es en ese momento en el que se producen las transformaciones: Progne en golondrina, Filomela en ruiseñor y Tereo en abubilla.
Resulta curioso que, a diferencia de otras metamorfosis, que son descritas como debidas a alguna divina en concreto o en general, en ésta no se señala ninguna mano sobrenatural, lo que contribuye a simbolizar más esa deshumanización -resaltada por el enmudecimiento, físico y moral- y la consiguiente animalización de los tres personajes, redimidos sólo parcialmente a través del canto.
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