MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor JOSÉ MIGUEL DOMÍNGUEZ LEAL

viernes, 14 de diciembre de 2012

"TERREDAD" DE EUGENIO MONTEJO


Nunca he querido creer que el leer libros de poesía sea igual que la lectura del resto de géneros literarios; leo, pues, poesía esperando encontrar un ritmo (valga la redundancia), y unas revelaciones distintos a los de la prosa en sus más variadas formas. Finalmente, me quedo siempre con el ansia de estructura, y coherencia en la construcción del libro como obra de arte, según lo definía Ortega y Gasset. Consecuentemente, esa unidad creativa y programática que aprecio tanto en los poemarios, y que los haga erigirse como bastiones irreductibles ante los inevitables envites antólogos, la he buscado en mi lectura de Terredad del poeta venezolano Eugenio Montejo (1938-2008).
Señala Rafael Cadenas en su prólogo para la edición de Terredad (originariamente publicado en 1978) de la Biblioteca Sibila de Poesía en Español, Fundación BBVA, 2008 (que puede considerarse como definitiva), que ya esta misma palabra otorga "un carácter definitorio" a toda su poesía, y que en este mismo feliz neologismo el poeta, según palabras del mismo, quería "nombrar la condición tan extraña del hombre en la tierra, de saberse aquí entre dos nadas, la que nos precede y la que nos sigue".
El poemario, pues, consta de 50 poemas sin divisiones ulteriores, por lo que parece que el concepto de terredad es un leit-motiv que atraviesa las composiciones; no obstante, el primer poema, En el bosque, tiene, en mi opinión, un carácter programático respecto a esta condición "extraña" y, por tanto, en gran medida, desvalida del "hombre en la tierra" (En el bosque, donde es pecado hablar, pasearse, / no poseer raíz, no tener ramas, / ¿qué puede hacer un hombre?): el pecado, asociado a la expulsión del Paraíso terrenal, es extendido aquí por el poeta al paraíso terrenal idealizado del ecologismo moderno, que hace del hombre un nuevo precito dantesco, y al que sólo le cabe la humildad para ser aceptado en el seno de esta naturaleza a la que ha conseguido hacerse ajena, según los postulados rousseaunianos que impregnan esta concepción de la natura (En el bosque, quien no ha logrado ser un árbol, / sólo puede llegar de parte del otoño / a pedir unas hojas; / mejor si lleva harapos de mendigo, / algún morral raído, un palo, un perro / y ninguna esperanza. Verá cómo lo trata el viento, / cómo su ofrenda le llenará las manos. [p.19]).
A pesar de todo, la tierra nos acoge (La tierra es el único planeta / que prefiere los hombres a los ángeles [p.21]), y nos guía en nuestro viaje con sus criaturas (no ha habido nunca sino pájaros, / el canto de los pájaros / que nos trae y nos lleva.[p.20]). Ese sentimiento abarcador de amor universal que el poeta atribuye a la tierra se evidencia en una especie de transmorfismo en las cosas, tanto las artificiales, a las que justifica en su fragilidad (La mesa, p. 32), como las naturales, caso de las montañas que "son trajes de bodas antiguos pero intactos / [...] / y hasta sonríen / [...] / serenísimas madres" (p. 33). A este poder de la naturaleza el poeta opone la inanidad artificiosa del transformismo cultural de raigambre ovidiana en su poema Cuando mi estatua despierte (No hablará, no dará ni el más leve respiro / mientras sigan en torno los cantos / y tal vez cuando callen se habrá vuelto a dormir, / sin darse cuenta, / debajo del musgo solitario [p.43]), asi como del arte en general en Madonas (Busco en la calle otras madonas vivas, / otras Italias / [...] / la belleza más pura es existir, / estar aquí en la tierra con el sol en las manos, / el sueño es un color más inmortal / pero no basta. [p.49]). La vida, que para el poeta es más importante que la vida, nos lleva, y nos hará renacer en alguna forma de materia, por lo cual todo epitafio debe ser provisorio (No me despido en una piedra / ilegible a la sombra del musgo, / voy a nacer en otra parte [p.58]), y bajo la forma de terredad justifica y da sentido a todo lo existente, como en La terredad de un pájaro (La terredad de un pájaro es su canto, / [...] / Desde que nace nada ya lo aparta / de su deber terrestre; / trabaja al sol, procrea, busca sus migas / y es sólo su voz lo que defiende, / porque en el tiempo no es un pájaro / sino un rayo en la noche de su especie, / una persecución sin tregua de la vida / para que el canto permanezca. [p.59]).


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