El sábado pasado me encontré al paso unos paneles de propaganda electoral que confrontaban el antiguo aspecto de la ciudad con el actual; una de las viejas imágenes en blanco y negro me hizo detenerme: era la antigua cochera de Transportes Comes, donde mi padre trabajó muchos años. En la actualidad, no queda nada de ella. Sus vastos terrenos están ocupados por locales comerciales, dependencias de la Facultad de Medicina, espacios verdes, viviendas y hoteles. Pero en aquel entonces (mediados de los años 70 y comienzos de los 80), el anchuroso solar arenoso situado frente al Hospital Puerta del Mar era lugar de solaz para el niño que yo era. Junto a la entrada que puede verse en la foto, estaba una garita de vigilancia, donde solía estar mi padre. Por ahí entraban y salían esos mastodontes verdosos de la compañía, que se apilaban en dicho "vestíbulo" y en el hangar anexo que se adivina en la misma instantánea. Junto al hangar, había una especie de cochambroso saloncito donde los conductores en espera jugaban interminables partidas de dominó haciendo chasquear las piezas blanquinegras sobre una desvencijada mesa de playa. Enfrente había una gasolinera no menos sórdida, y detrás una especie de gran patio trasero, ocupado en gran parte por un taller de reparaciones.
Sí, pasé allí muchas horas de mi infancia. Recuerdo a mi padre con su camisa gris, y su chapa dorada al cinto, atendiendo a los surtidores de gasolina, o jugando al dominó, cuando mi madre, mi hermano Juan Carlos y yo íbamos a buscarlo al terminar el trabajo para ir a nuestra caseta de la playa Victoria. Recuerdo los papeles amarillos o anaranjados (la memoria diluye sus colores antes de perderse para siempre) que había en la garita, y con los que alimenté sueños de tedio, y la suciedad desmoralizante que lo llenaba todo de manchas oscuras e impenetrables. Pero la nostalgia no entiende de fealdades, y sonríe condescendiente a lo que no merecería la tabla de salvación de la memoria.
Llegado a este punto, no puedo más que lamentar la desaparición de tantos escenarios de mi infancia, asideros perdidos de mi identidad, y ocasión de ensoñaciones frustradas. Esto, igual que la pérdida progresiva de seres queridos, me deja ante la triste evidencia de la soledad que precederá mi inevitable destino.
4 comentarios:
Muy emotiva entrada, tocayo. Hasta aquí llega tu nostalgia. Un abrazo.
Muchas gracias, tocayo. Mi nostalgia, desdichadamente, llega aún más lejos.
Un abrazo.
Hermosa entrada, cuasi-tocayo (en el insti nos confunden). El cambiante paisaje urbano es una fuente inagotable de melancolía. Pero más intensas y emotivas son las supervivencias, que también las hay. Un abrazo.
Son curiosas ciertamente esas confusiones, y tal vez son producidas por afinidades percibidas en el subconsciente de los que nos confunden. Esas supervivencias, cuando se dan, son como dices, una asidero vital.
Un abrazo, y un placer tu visita.
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