No dejo de sentirme incómodo cuando alguien que no conozco me llama por mi nombre de pila. No acabo de encajar esa falsa intimidad intrusiva, me pone en guardia. Recuerdo que cuando estaba en el colegio los chicos nos llamábamos por el apellido, incluso cuando nos peleábamos ("lo llamé por su nombre, y su mal nombre", decía el poeta modernista). Ahumada, Ponce, Alvarado, Roldán, Retamosa, Gutiérrez, Díaz, Morales... parecíamos una escuadra de Hernán Cortés. De muchos de ellos no recuerdo el nombre propio, -"propio", extraña expresión, ¿no les es acaso tan propio el apellido?-. En los recreos los chavales se entregaban a juegos brutales (el magüiti, el zafo, el contra, el hombre inmóvil, formar una fila de tíos inclinados, agarrados por la cintura, y apoyada en la pared, sobre la que iban saltando tíos hasta que se hundía...), pero luego en las clases se estaba a lo que había que estar. Cuando estábamos en 8º de EGB íbamos en clase de plástica al instituto de bachillerato adscrito, y nos quedábamos embobados como pipiolos viendo a aquellas chicas de pantalones vaqueros ajustados y largas melenas sin mechas... de ellas sí nos interesaba averigüar el nombre de pila... En la actualidad, hay ocasiones en que me siento extrañamente aliviado cuando me llaman por el apellido: el quiosquero, antiguo amigo de mi padre, que me saluda: "Domínguez, ¿cómo estás?"; el compañero de trabajo que, bromeando, me dice: "Que no te enteras, Domínguez", demostrándome más afinidad que cuando me saluda por las mañanas como "José Miguel"; el otro compañero que, un día que me hallaba "depre" me interpeló en una guardia diciéndome: "Domínguez, tenemos grupos de cubrir", y que extrañamente me levantó el ánimo para todo el día. Me gusta perderme en la marea mediana de los Domínguez, y sentirme el humilde eslabón de una cadena inmemorial que me sobrepasa. Un brindis, pues, por aquéllos que continúan viviendo de alguna manera en mí, y sobre cuyos hombros me siento reconfortado.
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4 comentarios:
¡No puedes imaginar qué grata sorpresa fue par mí leer "José Miguel Domínguez Leal" en mi "Scriptorium"!
Me alegra reencontrarte, especialmente de esta forma.
Hermosa reflexión sobre los nomina. Quomodo Latine diceres "Domínguez"? Yo nunca he tenido preferencias con mi denominación en español, pero en latín... mihi nomina sunt Sandra, Alexandra, Cassandra... Brindo también "por aquéllas que continúan viviendo de alguna manera en mí, y sobre cuyos hombros me siento reconfortada".
Muchas gracias, Sandra. La verdad es que no sabía que estabas haciendo un blog tan bonito y curioso hasta que te encontré hojeando ('si hoc fas est dictu') el de Antonio Serrano. Echo de menos eso de expresarme en latín, así que seguiré visitando tu blog. Gracias por estar ahí.
Hola de nuevo, José Miguel. Dominus Ludouicus Charlo noster me escribe diciéndome que ha intentado publicar este comentario en tu blog, pero "como siempre, no sé si saldrá". In eius nomine scribo:
"Hola, queridos amigos "Domínguez" y Ramos (que raro, Sandra, llamarte así). Es un verdadero placer entrar en la red y leer a personas queridas, en castellano o en latín, hablar de sus cosas, sus inquietudes. Es un verdadero placer ver a amigos/as estar vivos y no conformarse con la monotonía diaría. Es un verdadero placer, y perdonarme la pedantería, ver que personas, que "conforman" mi vida cumplen aquello del Evangelio: "Rema mar adentro". Es un verdadero placer quereros. Con un fuerte abrazo. Luis Charlo".
Muchas gracias Luis por ser como eres. Espero poder contar contigo y con Sandra como seguidores de este pequeño virtual que me sirve de desahogo. Un fuerte abrazo.
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