He recibido un correo de Patrizia de Corso, una de las mejores especialistas en el autor renacentista Teófilo Folengo, de quien ha editado La Palermitana y cuya bibliografía mantiene actualizada en las sucesivas y meritorias ediciones de su Schedario Folenghiano. Mantengo correspondencia con ella hace varios años. Patrizia tiene la amabilidad de hacer reseñas en su Schedario de mis artículos, y le envié, cuando salió a la luz en 2007, un ejemplar de mi edición de la descripción de Verona de Torello Saraina, tema de mi lejana tesina. Ahora me anuncia que ha publicado una reseña sobre ella en el Giornale Storico della Letteratura Italiana. Estas recompensas no dejan de tener algo de pírrico. Siento mi actividad de investigador, a la que no puedo ciertamente dedicar mucho tiempo ni energías aunque quisiera, como eflorescencia de una vida paralela que otro yo estuviera viviendo por mí en una existencia quizás más cómoda e inane. ¡Tan alejada está de mi vida cotidiana como funcionario de la Educación Pública, tan complaciente con el mínimo común intelectual! Deviene, así, una especie de deuda inmotivada con algo que no fue, y que no deja de producirme cierta melancolía y encogimiento de hombros, junto a la conciencia de una ciega generosidad, como la del deportista que sigue dando al máximo a pesar de saber que ya tiene en sus manos la victoria o... la derrota.
POETA MINOR
Salió mi primer libro, bella edición de Torello Saraina,
sorpresa retrospectiva, y orgullo de un duro trabajo.
De mis poemas habría querido que fuera ese libro,
tercos supervivientes en cuadernos ajados
a olvidos, desprecios, crisis de baja estima, y mudanzas.
Quise ser poeta de joven. Adolescente,
llenaba cuartillas con poemas y cuentos. No había
necesidad de justificación para tales versitos.
Luego, sufriente, me volví hacia mí mismo. Cada
verso del afán de conocimiento nacía,
y del dolor de vivir. Perdí la confianza en mi suerte:
Ya no eran los versos destino sino más bien circunstancia.
La poesía volvióse diario, y largo silencio,
hambriento de amor y de normalidad. Zarpazos y besos
me han dado. Pero renace la vieja ansiedad y el deseo
de dejarse llevar y de ser instrumento de voces
que inédito parto son sólo en parte de éste que escribe.
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