Salamanca es una ciudad que enamora y cala hondo por su serena belleza, y la modestia de su innegable grandeza. Está llena de rincones y detalles que llaman la atención (aparte de la consabida rana que buscan los turistas), cargados de cierta ironía que el tiempo ha alimentado. Así, en la Plaza Mayor, un lugar que parece aspira a peldaño de la eternidad
sorprende encontrar entre los medallones consagrados a personajes históricos españoles uno dedicado a Francisco Franco, en una esquina de la plaza donde, al parecer, se produjeron las reuniones que dieron lugar al nacimiento de Radio Nacional
Distintos reyes de las varias dinastías hispánicas flanquean el busto del dictador, en una muestra de integración histórica que resulta casi tan inquietante como cuando se recorren las estancias del palacio de Versalles, y a las imágenes de los Borbones suceden los grandes cuadros dedicados a las victorias del Emperador Napoleón. Llama también la atención la generosidad capilar del escultor con el personaje, al que se pretendía quizás darle así un aire decimonónico, es decir, representarlo como uno de los espadones de los pronunciamientos de aquel siglo convulso; no puedo uno evitar de tal suerte recordar la afirmación de que la historia sólo se repite en forma de parodia.
En mi visita al recinto universitario, pude contemplar el salón de actos donde Unamuno, que tiene también su merecido hueco en la Plaza Mayor,
pronunció su famoso "Venceréis, pero no convenceréis" delante de Millán Astray y sus secuaces. Como derrota definitiva de los ideales unamunianos puede interpretarse el hecho de que en los años cincuenta, y durante una visita a la Universidad del dictador, se hizo cambiar el emplazamiento de la mesa y el estrado al extremo opuesto de la sala, pues quedaban bajo las ventanas y Franco, como todos los dictadores, era muy sensible al temor a los atentados. En la foto puede verse el lugar original desde el que habló Unamuno.
Otro lugar muy interesante de recorrer en Salamanca es el Archivo Histórico. Me sorprendió mucho leer los partes que daban ciertos comités locales durante la Guerra Civil sobre la afiliación de maestros, calificándolos, según las zonas, de religiosos, reaccionarios, masones o subversivos; así como la cantidad de masones censados por los franquistas en la provincia de Cádiz, sólo comparable, si no recuerdo mal, a la de Madrid. El nombre de la calle donde se encuentra dicho Archivo resulta ahora irónico respecto a la polémica desatada durante el gobierno zapaterista por la exigencia de su despiezamiento realizada por el nacionalismo catalán.
Aunque lo que menos me podía esperar era encontrar un astronauta esculpido en una catedral. La razón que se da para ello en Salamanca es que corresponde a una parte recientemente restaurada del edificio en la que los artífices han querido dejar una huella evidente de que se trata de una restauración realizada en (a partir de) el siglo XX.
Uno esboza una sonrisa pensando en esto, pues la carrera espacial es algo ya casi exclusivamente identificado con el período de la Guerra Fría, y, quizás en el juego de espejos del futuro resulte tan misteriosa su interpretación como puedan serlo ahora ciertos elementos artísticos que se sabe cargados de simbología, omnipresente en el arte occidental hasta el final del Barroco cuanto menos. Divierte, no obstante, observar a ese astronauta un tanto perdido en el arabesco de piedra de la Catedral de una ciudad que parece singularmente comprometida con la inmortalidad.
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