Cuando Carlos Castaneda publicó Las enseñanzas de don Juan en 1968 se estaba en la cresta de la ola de la psicodelia y del interés por las sustancias psicotrópicas, también llamadas enteógenas (resaltanto su presunto valor místico). Desde entonces el éxito y la polémica acompañaron al personaje. Presunto receptor de las enseñanzas de don Juan Matus, brujo yaqui de Sonora (Méjico), Castaneda se eclipsa de la vida pública a medida que crece su éxito editorial. Si en el primero de los libros Matus aparece principalmente como un chamán que inicia a Castaneda en el empleo de las drogas enteógenas (peyote, mescalina), en los libros siguientes (Una realidad aparte, Viaje a Ixtlán) el brujo yaqui se revela poseedor de una sabiduría ancestral, "la vía del guerrero", y de unos poderes paranormales independientes del uso de drogas. Este periodo culmina con Relatos de poder, donde don Juan se despide de Castaneda (narrador en primera persona de los libros) para siempre, antes del final de la obra donde éste se enfrenta a lo "desconocido" saltando a un abismo.
Un tono épico y sentencioso, entreverado de episodios cómicos, costumbristas y fantásticos caracterizan el estilo de estos cuatro primeros libros o, ya por decirlo claramente, novelas, aunque Castaneda siempre insistió en la veracidad de sus relatos.
Los siguientes libros presentan, por el contrario, una gran variedad de tonos y estilos. Así, El segundo anillo de poder narra como novela de intriga y acción el encuentro de Castaneda con el resto de seguidores de don Juan, que intentarán acabar con su vida o ponerlo a prueba como nuevo "nagual" o líder tras la entrada de Matus con todo su ser en la "tercera atención" o dimensión paralela al mundo fenomenológico. El tono cambia radicalmente en la sexta entrega, El don del Águila, donde Castaneda, tras constatar su fracaso como "nagual" o líder se dedica a practicar el "arte de ensoñar" (técnica de control consciente de los sueños para acceder a otros planos de conciencia, enseñada por su maestro). Gracias a ello consigue "recordar" una serie de enseñanzas que le dio don Juan forzándole a entrar en un estado de conciencia acrecentada que luego le hizo olvidar. Recuerda así al resto de brujos pertenecientes al grupo o tradición de don Juan, y su particular objetivo: conseguir el "don del Águila", es decir, ingresar en la "tercera atención" sin morir, como le ocurre al resto de la Humanidad. Tras el estilo sombrío y distante de esta sexta entrega, quizás el más interesante de los libros de este segundo período sea el séptimo, El fuego interno, que recupera algo del tono de exaltación épica de Viaje a Ixtlán, como el episodio de la lucha con los desafiantes de la muerte, brujos precolombinos que se enterraron vivos para desafiar a la muerte, y consiguieron no morir aunque pagando un precio horrendo. El octavo, El conocimiento silencioso, adopta un tono básicamente académico en la exposición de conceptos como el "arte de acechar" o técnica de limpieza del "cuerpo luminoso" (que es el que ingresa en la "tercera atención") mediante maniobras como el borrado de la historia personal, la impecabilidad, la pérdida de importancia personal, la falta de compasión, etc. El último de los que leí, El arte de ensoñar, es el más mórbido e inquietante de todos, y se centra en el encuentro de Castaneda con el "inquilino", antiguo brujo que consiguió sobrevivir a lo largo de los siglos tomando la energía sobrante de los naguales de la línea de don Juan. El último de los libros publicados, Pases mágicos, se desvela claramente como un típico producto new age, y es un manual ilustrado sobre posturas de captación y conservación de "energía".
No por más previsible resulta menos lamentable esta conclusión de lo que podríamos llamar, algo pedantemente, corpus castanédico. Tras una primera época de exposición de unas enseñanzas que recogen elementos tradicionales chamánicos (uso de drogas psicotrópicas, animales mágicos y "aliados", viajes incorpóreos), Castaneda desarrolla una oscura pseudorreligión, en la que una especie de demiurgo impersonal llamado el Águila es la fuente de toda conciencia existente, que le es reintegrada a la hora de morir, salvo en el caso de los pocos elegidos que consiguen conservarla mediante sofisticadas técnicas e ingresar en una especie de eternidad de conciencia pura. En este mundo sectario y sombrío no hay lugar para el amor, y sí para el egoísmo de la autoconservación a toda costa. Este callejón sin salida ontológico debió de llevar a Castaneda en sus postreros años de vida a intentar revitalizar su legado convirtiéndolo -signa temporum- en una danza new age, apta para cualquiera de los patéticamente numerosos occidentales aficionados a la "realización personal" y a la espiritualidad a medida.
Fabulador en el más amplio sentido de la palabra, Castaneda es un extraordinario narrador, y crea en don Juan Matus un inolvidable tipo literario. Hay que agradecerle, con todo, su insistencia en afirmar que la realidad no es sólo lo que vemos, que merece la pena luchar por superar los propios límites y ponerlos a prueba, y que los sueños son también parte de nuestra conciencia, y no un mero objeto de interpretación freudiana.
No por más previsible resulta menos lamentable esta conclusión de lo que podríamos llamar, algo pedantemente, corpus castanédico. Tras una primera época de exposición de unas enseñanzas que recogen elementos tradicionales chamánicos (uso de drogas psicotrópicas, animales mágicos y "aliados", viajes incorpóreos), Castaneda desarrolla una oscura pseudorreligión, en la que una especie de demiurgo impersonal llamado el Águila es la fuente de toda conciencia existente, que le es reintegrada a la hora de morir, salvo en el caso de los pocos elegidos que consiguen conservarla mediante sofisticadas técnicas e ingresar en una especie de eternidad de conciencia pura. En este mundo sectario y sombrío no hay lugar para el amor, y sí para el egoísmo de la autoconservación a toda costa. Este callejón sin salida ontológico debió de llevar a Castaneda en sus postreros años de vida a intentar revitalizar su legado convirtiéndolo -signa temporum- en una danza new age, apta para cualquiera de los patéticamente numerosos occidentales aficionados a la "realización personal" y a la espiritualidad a medida.
Fabulador en el más amplio sentido de la palabra, Castaneda es un extraordinario narrador, y crea en don Juan Matus un inolvidable tipo literario. Hay que agradecerle, con todo, su insistencia en afirmar que la realidad no es sólo lo que vemos, que merece la pena luchar por superar los propios límites y ponerlos a prueba, y que los sueños son también parte de nuestra conciencia, y no un mero objeto de interpretación freudiana.
4 comentarios:
La obras de Carlos Castaneda es fascinante, literariamente hablando. En cuanto al contenido, creo que ya nunca sabremos si fue o no verdad su encuentro con Juan Matus, don Genaro y el resto de brujos. Puede que todo fuera inventado, ante lo cual estaríamos ante un escritor de una exquisita imaginación y ante un embaucador, en igual medida.
Si fue verdad, personalmente creo que Carlos no captó las enseñanzas en su totalidad porque don Juan se equivocó al elegirlo como nuevo nagual. Y que murió como un mortal más. La parafernalia que montó con Florinda Donner y Taisha Abelar en Los Ángeles así lo demuestra.
En cualquier caso su obra literaria me parece fenomenal. Éste que escribe tiene por costumbre leer todos los libros de Carlos de vez en cuando. Y muchas de las cosas que dice no son tonterías, a mí me han funcionado en la práctica.
También hay quien dice que adaptó toda su teoría de la filosofía Zen. Puede ser.
No obstante, con Castaneda me pasa lo que con Lobsang Rampa. Puede que ambos fueran unos farsantes, pero he disfrutado con sus obras hasta la extenuación.
Un abrazo.
A mí me ocurre lo mismo, Paco, me gustan mucho los libros como obra literaria, y también han influido en mi manera de ver la existencia y el mundo, que en absoluto debemos consentir en ver como mediocre y repetitivo. Sus aspectos de gurú y líder sectario no me han interesado nunca por penosos. Sus influencias, como dices, son variadas. Y, por supuesto, yo tampoco renuncio a los buenos ratos que he pasado con su lectura. Un abrazo.
Me pasó algo similar hace unos años, más de diez creo, hace tiempo que no leo nada suyo. Por un lado fascinante la parte literaria, por otro una especie de repelús por la parte new age que te torra un tanto quizá en lo que es previsible, fácil y a veces como tramposo. Y eso que en principio me creo bastantes cosas, o por lo menos no las niego así porque a mi no me pasen, no sé.
Castaneda provoca una extraña mezcla de perplejidad, admiración e incredulidad. Hay que tomar de él lo bueno y desechar lo malo. Feliz fin de semana, Aurora.
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