Quizás no esté mal leer un bestseller una vez que ha pasado la fiebre de la moda. Regalé este libro a uno de mis hermanos hace años, por su inclinación a temas técnicos y científicos (si así puede ser considerada la informática); pero parece que no le hizo mucho caso, y lo dejó olvidado en casa de nuestra madre, cuando se casó y formó un nuevo hogar con su mujer. Hace unos días lo cogí, y no he parado hasta acabar de leerlo. La novela entrelaza las historias, al modo plutarquiano, de dos figuras señeras de la ciencia alemana de finales del s. XVIII y comienzos del XIX, el geógrafo, naturalista y explorador Alexander von Humboldt y el matemático y físico Carl Friedrich Gauss. El pretexto de la historia es un encuentro real ocurrido en Berlín en 1828 entre los dos insignes científicos, ya mayores (aunque en el caso de Grauss, parece que el autor exagera su decrepitud para resaltar los rasgos histriónicos de la personalidad del científico). Así, el novelista construye capítulos en paralelo donde se cuenta la infancia de ambos estudiosos, sus primeros tanteos en sus respectivos campos científicos, su floración en éstos, y los conflictos que surgen entre su dedicación obsesiva al trabajo, en el caso de Humboldt, su inteligencia totalmente fuera de lo común, en el caso de Gauss, y las servidumbres e irracionalidad de la existencia humana, así como el irrefrenable paso del tiempo que angustia a ambos, pues choca con su idea del progreso ilustrado, ya que aquél les impedirá contemplar los avances irreversibles, en lo científico y lo moral, de la humanidad; de tal suerte, el viejo Gauss afirma la injusticia de que la existencia se vea atada a una época en exclusiva, lo que da a cualquiera un privilegio injustificado sobre el pasado, al paso que lo convierte en un payaso del futuro; con todo,esta fe ilustrada se va mitigando en ambos personajes hacia el final del relato, sobre todo, en el caso de Humboldt, genuino representante de esa candorosa idea del progreso y la ciencia que caracteriza a la Ilustración (no me parece ajeno a este enfoque la caricatura que se hace del anciano Kant, presentado como un enano hundido en la demencia senil): inmune a las llamadas del sexo, e insensible a las emociones estéticas de las artes, Humboldt recorre el Nuevo Mundo midiéndolo todo frenéticamente, en compañía de su asistente de fortuna, el francés Aimé Bonpland, que sirve de contrapunto humano constante al férreo, aunque naïf, milimetrismo prusiano de su jefe.
Más poliédrica resulta la personalidad del genial Gauss, y una de las partes más interesantes de la novela es la descripción de la infancia del princeps mathematicorum: hijo de un simple jardinero y de una madre analfabeta, a diferencia del acomodado Humboldt, el pequeño Gauss se sorprende de la lentitud con que piensa la gente, y molesto con los libros, que no comprende igual que su querida madre, le pide a su padre que le explique cuatro de las letras del alfabeto, y aprende a leer por sí solo en pocas horas, pero al intentar enseñar a su madre, se da cuenta de que la gente lo que quiere es tranquilidad, y de que la inteligencia puede ser un estorbo, por lo que en la escuela de su pobre barrio procura adaptarse al ritmo de sus condiscípulos, hasta que un día, por descuido, resuelve en el acto uno de los difíciles problemas matemáticos que el maestro pone como excusa para poder castigar a su gusto a los alumnos; el maestro contempla estupefacto al mocoso de ocho años que le muestra tembloroso su pizarrita, y no para hasta conseguir que Gauss ingrese en un Instituto. Este niño triste, angustiado por su aguda percepción del paso del tiempo que hace envejecer a su madre, se convierte, gracias a Kehlmann, en un viejo cascarrabias, siempre enfadado con su hijo Eugen, al que llama fracasado, con un sentido muy práctico de la vida, a diferencia del ingenuo Humboldt, al mismo tiempo que se siente descolocado en su propia época, y añorante de un futuro en el que un simple dolor de muelas no desemboque necesariamente en una dolorosa extracción a cargo de un barbero mastuerzo, y en el que los viajes, que Gauss odia, no sean tan largos, incómodos y azarosos.
Se ha señalado en la novela la influencia del realismo mágico sudamericano y la prominencia del humor; ciertamente, el autor se recrea en la descripción de la naturaleza exuberante del trópico, y de las distorsiones en la percepción de lo real que este entorno provoca en el desconcertado Humboldt, atado a una estrecha mentalidad positivista, y el humor y la ironíaestá presente, sin duda, en las ocurrencias del huraño Gauss en Berlín, y en las afirmaciones de Humboldt de la misión civilizadora de Alemania frente a la crueldad de la preterida civilización Azteca, o en las críticas al carácter prusiano de éste (¿es necesario ser siempre tan alemán?, pregunta que aparece al final de uno de los capítulos dedicados a Humboldt), así como en la peripecia final del joven Eugen, presentado como una superación dialéctica de ambos científicos.
Es difícil medir el valor de una traducción, y, sería una buena medida decir que no se nota la labor del traductor, lo que en este caso se cumple en general, salvo en contados casos como cuando se habla de "manada de perros" y de "las miasmas".
Un ventajista juego con el pasado como diría Gauss, sin duda, por parte del novelista, pero muy logrado en su aspecto literario en cuanto ficción amable.
Es difícil medir el valor de una traducción, y, sería una buena medida decir que no se nota la labor del traductor, lo que en este caso se cumple en general, salvo en contados casos como cuando se habla de "manada de perros" y de "las miasmas".
Un ventajista juego con el pasado como diría Gauss, sin duda, por parte del novelista, pero muy logrado en su aspecto literario en cuanto ficción amable.
2 comentarios:
Leí este libró hace años, cinco o seis, y recuerdo los diálogos de Gauss y Humboldt, además de ciertas extravagancias geniales. Es un buen libro sin duda.
Saludos.
Coincido con su juicio, amigo del Retablo, y me alegro de haber coincidido también en lecturas.
Saludos.
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