La piedra se prolonga en ademán de dragón fosilizado sobre el Mediterráneo encantado, deslumbrante y uniforme en el ensueño gracias a ese sol unigénito que desborda doquiera a baja altura; la piedra se retuerce y se estría como carne quemada, y sus oquedades se antojan grutas de ninfas, y otras criaturas acuáticas del proteico cortejo de Neptuno. Lo monstruoso y lo azul, lo ignoto, bañado de luz cegadora. Exilio del sueño, del espanto y de la exaltación de aquellos hombres y sus cuéncavas naves que cabotaron por estos parajes. El Mediterráneo es un gran sueño al que el sol no pone fin sino acicate.
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