MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

viernes, 20 de julio de 2012

CUADROS PARA UN BLOG (III)


He terminado otro cuadro, una copia infiel al acrílico de un cuadro de Monet, La maison du pêcheur (la casa del pescador); me impresionó la luz del cuadro, la complejidad del trazo, y la belleza de la perspectiva. La satisfacción que proporciona la pintura es distinta de la de la poesía; la pintura exige una destreza manual, cromática, un cálculo de distancias, un sopesar alquímico y casi supersticioso de la mezcla de colores, que, en el caso de la pintura acrílica se secan con gran rapidez; la poesía, en cambio, es para mi inseparable de cierto trance anímico, y de la necesidad de un ritmo interior; últimamente estoy grabando mis composiciones, en vez de escribirlas directamente, para huir lo más posible de las servidumbres de la escritura, para que ese ritmo fluya y se construya con más naturalidad en mi opinión.
Es en este sentido pertinente recordar lo que expone Jaeger sobre la concepción del rythmós de los antiguos griegos en su libro Paideia: "Ritmo es aquí lo que impone firmeza y límites al movimiento y al flujo [...] Y la intuición originaria que se halla en el fondo del descubrimiento griego del ritmo, en la danza y en la música, no se refiere a su fluencia, sino, por el contrario, a sus pausas y a la constante limitación del movimiento" (W. Jaeger, op. cit., F.C.E., p. 127).

Montaigne ha aparecido sobre mi mesa de lectura, en una edición de Seuil de 1967, un año, pues, más joven que yo; era una de esas lagunas culturales que me apremiaba llenar. Leí en una consulta médica hace poco una crítica de Pablo Sol en la revista Letras libres a un libro de Jorge Edwards sobre Montaigne, y aquél comentaba cómo son los Ensayos una obra destinada a la madurez del lector, y que es en esta etapa de la vida en la que adquiere pleno sentido. Espero yo también que me sea un sabio compañero. No deja de sentir uno cierta simpatía preventiva hacia este gentilhombre, recluido en su torre y desgranando la sabiduría antigua con el fin de entender mejor el mundo, el espejo de un hombre vuelto hacia sí mismo para conocerse mejor no sólo a sí mismo, sino también a los demás.

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