Este lunes cojo un avion para Bruselas. Voy a Bélgica 4 días para representar a mi instituto en un encuentro de centros participantes en un programa Comenius multilateral de carácter educativo. Siempre que estoy cercano a emprender un viaje me embarga cierta ansiedad. Imagino que al cuerpo -esa carroña que decía el mariscal francés- le disgusta que le cambien sus rutinas, aunque sea breve tiempo. Luego, se adapta al azar, y se mantiene alerta por sí mismo, y no muestra su cansancio con presteza. Viajar solo es reflejarse en el espejo fugaz de uno mismo, buscar a tientas en esas aguas turbias y poco profundas lo que se desliza entre los dedos con un escalofrío. Tiempo sin tiempo. El avión despega, y los pensamientos rumiados en la sala de espera se dejan atrás más rápido que el suelo. Se alcanza cierta paz relativa en esas alturas, y se ven las cosas con cierta forzosa humildad. Llegar a tierra te pone en alerta, te envuelves en ti mismo, e intentas ser impecable, eficiente, para llegar a tu destino final, como si se agudizaran tus sentidos. Peor lo paso cuando me encuentro con la gente que me espere, pues siento como si tuviera que disculparme del viaje, de ser yo en tránsito, algo que pasará fugazmente, y que luchará un tiempo contra el olvido inevitable que todo lo arrebata. Sólo el amor puede hacerte rebelde a este sentimiento de derrota presentida, y recuerdas todavía vívamente cómo intentaste disimular las lágrimas delatoras, ese salado y desesperado reproche a tu partida, caminando entre extraños hacia un cielo tupido.
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4 comentarios:
¡Buen viaje! ¡Y que el tiempo de los aeropuertos te sea leve!
Muchas gracias, amigo Luis, y que Eolo y Mercurio sean propicios.
Un abrazo.
Que tengas buen viaje, la causa es noble. Que literaria te ha quedado la entrada, me ha gustado mucho. Un abrazo.
Muchas gracias, Paco, ya contaré cómo me vaya.
Un abrazo.
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