MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor JOSÉ MIGUEL DOMÍNGUEZ LEAL

miércoles, 4 de enero de 2012

DE BELENES, RESIDENCIAS Y BARES


Estos primeros días del año han estado marcados por su bullicio habitual, y cierta aprensión del corazón. Leer, leer, leer. Dedico varias horas seguidas a la lectura, algo que fuera de las vacaciones no me es posible. Es una manera de dilatar el tiempo de otra manera. Ayer acompañé a L. y a su madre por una visita por belenes del centro. Uno se encontraba en el interior de una residencia de ancianos, regentada por una congregación religiosa. Allí charlamos con un par de monjas vestidas como las enfermeras de los años 70, y con un corte de pelo corto e idéntico. Nunca me deja de sorprender la franqueza inquisitiva de las monjitas, y su mirada recta, fruto del orgullo del espíritu de servicio y la firmeza de la fe, que sostiene la tuya, más esquiva, con toda naturalidad. Contaban que la Junta les había obligado a realizar importantes reformas, y a contratar más personal con la promesa de un concierto, y que una vez cumplidos todos los requisitos, se lo habían negado. Hay en dicha residencia numerosas personas con pensiones no contributivas, cuando el coste real de una estancia suele rondar los 2000 €, lo que debía ser sufragado por la congregación. L. y su madre se mostraron indignadas por cómo se les negaba la subvención a una institución como aquélla, mientras se sufragaba a todo tipo de asociaciones e historias. El belén, una pequeña ciudad dentro de otra, la promesa de vida y eternidad, junto a la certeza de la muerte cercana. El ciclo de la vida vuelto emblema arquitectónico.

Tras dejar a mi suegra, nos encontramos entre la turbamulta compradora y aficionada a las colas del algo gratis, a un amigo que nos había saludado muy apresuradamente esa mañana, e insistía en invitarnos a algo en desagravio. Tomamos unas tapas, y luego nos quiso invitar a las copas. No pude evitar acordarme de Ronda de Madrid, de JM Benítez Ariza, narrando el recorrido nocturno del protagonista y sus coinquilinas por los bares de Madrid a mitas de los años 80, y la variedad caleidoscópica de ambientes e iluminaciones, tan decisivas a la hora de crear éstos. Lejanos tiempos aquellos de los de la botellona actual, que ha devuelto a la intemperie -y a lo intempestivo- las relaciones sociales.


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