Bach tuvo un hijo negado para
la música. Su oído era duro
como una piedra de toque.
Pasó su remansada vida entre
el silencio y el ruido absorbente
de lo cotidiano amplificado.
Y heredó partituras que a veces
colgaba del revés de cordeles,
en edípico homenaje
a la belleza altiva y severa
que lo había engendrado del limbo
piadoso de la mediocridad.
Imagen: Johannes Grützke.
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