El invierno se afianza encendiendo todos los pilotos de la melancolía. Pesa el cuerpo, pesan los achaques acumulados. Dan ganas de rendirse, pero ¿a quién? No hay cuartel para el absurdo. El retorno de lo idéntico no supone ninguna esperanza de consuelo. Se hace dura la espera. No reconozco mis manos, congeladas en una pose de escamas. El silencio se ahueca, y se hace odioso, huérfano de música. La fatiga me embarga en este comienzo de fin de semana. Quizás desearía un rincón donde se acurrucara mi alma, y se llenara del oxígeno que me falta, y que el tiempo me diera un respiro, un entresijo entreverado donde los límites no se apulgarasen. El crudo general, sin embargo, tiene sus órdenes, y nos hace marchar a su frente de lívido horizonte, y glorias fugaces. Te pide que mantengas la máquina en forma, para el prolongado esfuerzo que te espera; resulta insaciable, sabiéndose efímero, y, a pesar de eso, imprescindible por reiterativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario