Stefan Zweig (1881-1942) es, en nuestros días, un autor semiolvidado. Ciertamente, no encaja en nuestra época de tan cacareada postmodernidad, relativista en lo moral y lo cultural, y, por lo tanto, sectaria. Nacido en el seno de una rica familia judía austríaca, fue un eximio representante del Humanismo y el sentido de la identidad europeos, en cuyos ideales creía fervientemente, como el valor superior de la cultura y el pacifismo. Nacido en la mágica Viena del cambio de siglo, fue sin duda parte de ese "fermento de la alta cultura europea" como denominaba Hermann Tertsch a los intelectuales judíos, que bullían en esa decadente capital imperial. En su exilio brasileño, sintió que ese mundo de cultura libresca, de excelencia, y arte, que había elevado al Hombre a cotas insuperables, había perecido en el océano de la barbarie embrutecedora de la guerra, y decidió suicidarse junto a su esposa. Fue otra víctima indirecta del nazismo, y su actitud contrasta con la de otro intelectual como Georges Bernanos (tan poco conocido en nuestro país, primero, durante el Franquismo, por haber denunciado sus crímenes en la Guerra Civil, y luego, en Democracia, por su carácter de escritor católico, malvenido para la progresía prejuiciada que ha dictado el who's who de nuestra vida cultural), que también compartía exilio por aquellos lares, pero al que quizás su fe cristiana, le hizo perseverar, y seguir en la denuncia de esa civilización destruida, tal como lo hacía antes de la guerra.
En esta obra que comento, Zweig habla metafóricamente de la Historia como de un artista, que en los breves momentos de inspiración puede conformar su obra maestra. Así, la Historia (entendida de modo providencialista) concentra en un breve período de tiempo acontecimientos cuyas consecuencias se dejarán sentir durante siglos. Zweig dice que no pretende fabular, pues allí donde la Historia se muestra como "poetisa" o "dramaturga" ningún escritor puede arrogarse el derecho de superarla. Esta metáfora -y voluntad- estética es, sin duda, la gran contribución del autor austríaco, que se superpone a la idea ciceroniana de la Historia como magistra uitae, y la embellece, dotándola de dramatismo, y nervio literario. No parece, pues, casual, que sea Cicerón el protagonista de la primera de las "catorce miniaturas históricas" que subtitulan la obra de Zweig. La caída de Constantinopla en manos turcas (the greatest tragic drama of all time, según Antony Beevor) es la segunda miniatura, en la que destaca cómo un detalle fortuito, el olvido de una pequeña puerta abierta en una muralla ciclópea, cambia la Historia, y permite que un "fatal poder destructor" atenace Europa durante siglos. Zweig combina estos relatos históricos (la hazaña de Balboa, Waterloo, la fiebre del oro, el tendido del cable telefónico entre América y Europa, el descubrimiento del polo Sur con la muerte de Scott, el viaje a Rusia de Lenin, y el fracaso de las iniciativas de paz del presidente Wilson en 1919), con otros centrados en artistas (Händel, Rouget de Lisle, Goethe, Dostoievski, Tolstoi), que son presentados sometidos a penosas encrucijadas vitales, que superan y subliman gracias a su arte (Händel, Goethe, Dostoievski), convertido en regalo para la Humanidad -aunque a veces este mismo arte puede convertirse en un peso insoportable si se trata del "genio de una sola noche" (Rouget de Lisle, creador de "La Marsellesa"), o de un espejo que, al final de una vida, presenta al artista ante sus propias contradicciones (Tolstoi).
Es una obra donde Zweig muestra unas extraodinarias dotes de narrador, sobrio y evocador. La lectura te absorbe y llena de emoción (Constantinopla, Händel), y tiene la genialidad de hacerte asistir con toda verosimilitud al proceso de creación del artista (Händel, Goethe), que justifica por sí sola la grandeza de ese mundo tan añorado y querido por Zweig, un mundo en vías de extinción, un "mundo de ayer" para el propio autor, que uno, como lector, no puede tampoco dejar de añorar, mientras oye a su alrededor hablar de Alianzas de Civilizaciones y otras estupideces.
Imagen: Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad, El Acantilado, (14ª reimpresión), Barcelona 2010.
12 comentarios:
¡Grande Zweig! Es uno de los escritores que más admiro. Gracias por la entrada.
Un abrazo.
Gracias a ti, tocayo.
Ahá. Este libro es una lectura estelar de mi adolescencia. Me entusiasma que aún hoy se reedite constantemente. Lo recomiendo mucho, es uno de los pocos libros que conozco que merecen la pena. Inolvidable la historia de Händel.
Saludos cordiales.
JM, me pasa como a Ridao, es de los autores que más me gustan. Pero este libro no lo he leído, a lo mejor SSMM me lo echan este año. Cuidate, cuidaros. Un abrazo.
Si alguien se merece que le traigan el libro los Reyes eres tú ahora. Un abrazo.
La editorial El Acantilado está, como sabrás Joaquín, publicando muchas obras de Zweig de un modo muy meritorio.
Cordiales saludos.
Tomo nota, José Miguel. Vaya tela, qué de autores por leer. Un abrazo.
Lo mismo digo, Paco, lo mismo digo.
Un abrazo, novelista.
Hola, acabo de dar con tu blog a través del de Jorge Andreu. Encantada de estar por aquí. Te diré que yo acabo de descubrir a Zweig y estas navidades me voy a poner al día con parte de su obra. (Si quieres pasarte por mi blog lo verás..) Pero este libro en concreto no lo he comprado.. Vaya!! Para otra ocasión!!
Un saludo,
Muchas gracias, Carmen, y sé bienvenida. Tienes un bonito blog y lo visitaré sin duda. Para mí es casi la primera vez que leo a Zweig, y veo que has comprado libros de El Acantilado, que está recuperando el catálogo del autor austríaco. Buena lectura.
Cordiales saludos.
Zweig es de los pocos autores que leo todo lo que publican. Para él tengo reservado un espacio especial en mi biblioteca y en mi espíritu. El último que he gustado y regustado ha sido "La embriaguez de la metamorfosis". Copio unas palabras que me parecen acertar en cuanto al mundo de hoy mismo: "-¿la revolución? Deja que me fume otro cigarrillo y me cague en vuestra revolución de angelitos. Le habéis dado la vuelta al letrero de la real e imperial empresa y lo habéis pintado de nuevo, pero, obedientes y respetuosos como sois, habéis dejado el tenderete tal como estaba... habéis evitado meter el puño a fondo y ponerlo todo patas arriba. Habéis montado una pieza de Nestroy, pero no una revolución" (235-236).
Gracias, Bernardo, por tu comentario. La verdadera revolución es la que se hace en el corazón y no la que busca crear paraísos en la tierra que acaban en pesadilla. Sé bienvenido.
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