Estuve hace unos días cenando y tomando copas con unos amigos. Lo pasé realmente bien con la compañía, aunque, como otras veces, de vuelta a casa, me invade la insidiosa sensación de un no sé qué que me ha faltado. La amistad no es ciertamente la misma en las distintas épocas de la vida. Cuando haces amigos pasados los 30 siempre va contigo una barrera o rémora de intereses y rasgos inveterados de tu personalidad, una carga de "historia personal" que te impide abrazar apasionada e incondicionalmente al nuevo amigo. Hay una especie de zozobra y de pudor, como si temieras perder algunas de tus posiciones conquistadas en la construcción de tu ego. En plena juventud uno se entregaba sin condiciones -o casi-, pasabas horas o días enteros con el amigo intentando entre ambos invocar aspectos insospechados de la realidad en conversaciones al filo del abismo. Quien no haya conocido esa especie de vértigo no creo que pueda decir que ha tenido amigos, sino más bien conocidos. Como el buen vino, esa amistad madura, supera vicisitudes, incomprensiones, y mutuas miserias, y, al final, se presenta como un tesoro más fiable que el propio eros. Es algo que me parece que los amigos recientes no te pueden proporcionar por mucho que los aprecies o incluso los quieras, tal vez porque te falta esa perspectiva del tiempo que es verdaderamente la medida de todo lo que importa en esta vida.
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3 comentarios:
Lo que dices es cierto. Yo creo que de mayores soportamos mejor la soledad que cuando éramos críos, por lo que tampoco hay tanta necesidad de amigos. Sin embargo, creo que soportamos peor las decepciones y que muchas veces no intimamos más con cierta gente, aunque nos apetezca, por miedo a que ese nuevo amigo nos decepcione. Un saludo.
Has hecho una reflexión muy afortunada. No lo había pensado, pero yo también creo que es como dices.
Muchas gracias, amigos (si me permitís que os llame así). Tienes mucha razón en lo que dices, Paco: cada vez se lleva peor lo de la decepción, el ego lo sufre más. Un saludo desde Cádiz a ambos.
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