Stravinsky en la concepción de su ópera-oratorio Oedipus rex se decidió por el latín para su libreto, traducción de la versión francesa de Jean Cocteau de la mano del padre Daniélou en un latín de pronunciación romana, al que Stravinsky no consideraba una lengua muerta, sino una lengua petrificada, presta a transmitir una enigmática majestuosidad como los elementos de la antigüedad greco-romana que Chirico dispersaba en sus paisajes oníricos.
En el insondable devenir de la Humanidad no sabemos si en alguna de las Edades Oscuras por venir se tendrá que recurrir a alguna dudosa piedra de Rosetta para que esta lengua madre sea aún legible, pudiendo ocurrirle otro tanto a lenguas "vivas" como el inglés o el "mero español", que decía Borges.
Es cierto que a nosotros, más mortales que las lenguas que transmitimos transformándolas de generación o generación, nos resulta difícil situarnos en una perspectiva diacrónica. Así, los personajes del Dialogus de Oratoribus de Tácito discurrían sobre el arte de la oratoria en su presente y pasado, y sus ventajas sobre la poesía (resulta curiosa y reveladora, tantos siglos atrás, la efimeridad señalada de la fama del poeta, siempre pendiente de organizar lecturas de breve repercusión en el favor del público), pero no se les ocurría siquiera pensar que su hermosa lengua iba a dejar de ser no sólo vehículo de oratoria y declamaciones, sino incluso de las primeras palabras de la madre a su hijo. Se sentirían, sin duda, desolados de saber que la casi infinita ductilidad del latín iba a desembocar en lenguas de estructura rígida y pueril minuciosidad, como hijas descarriadas, despreocupadas, ellas también, de sus nietas futuras.
Ilustración: Grete Stern
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