Jack Shadbolt (1941) [Spencer Alley blog]
Proceroso y de una edad indefinible, Ariel Cobolí, sentencioso nuncio de una infinita y doliente crueldad, es uno de los miembros más activos del Círculo de Agar Labasú. Aparece, así, desde el comienzo de la novela:
"Mano salió ufano del antro, y
tras pasar por el ultramarinos a comprar un litro de cerveza, retomó
el camino de casa. Al llegar a la esquina de su calle, que se abría
sobre una plaza, sintió un escalofrío y se detuvo; un sentimiento
de alarma le embargó, como si hubiera olvidado algo importante que
traer. Giró su cabeza pequeña en proporción a su corpachón y
embutida en la gorra negra, al sentir una especie de corriente fría
en los pliegues carnosos de su nuca.
-¡Bueeenas!, ¿me permite una
pregunta?
Quien así le hablaba era figura
masculina alta y regordeta, aunque no tanto como la de Mano; se
trataba de un hombre de unos 40 años, de formas anchas pero masivas,
no fofas como las de Mano. Su cara era ancha, de grandes rasgos; sus
ojos, pequeños y vivos, estaban bastante separados de una nariz
regordeta y respingona, que hacía pensar en un cerdito, y una frente
cuadrada y mediana quedaba rematada por un pelo castaño rojizo
peinado en punta. La boca, en cambio, contrastaba por su finura de
labios con las bastedad del conjunto del rostro."
Y su presencia en ella será constante. Sus encuentros con otros personajes de la obra tendrán a veces desdichadas consecuencias para éstos, como le ocurre al joven Juanma Cruz, que vive en el mismo bloque donde se encuentra el ático de Agar Labasú:
"-Al
carajo todo el mundo -pensó, Juanma y se dirigió al salón. Antes
de entrar, se detuvo, alarmado: le pareció que alguien carraspeaba
dentro, y escuchó de seguido una voz extraña, pero familiar, que
empezaba a recitar:
“Pero ya el harapiento
vagabundo,
el huésped no aceptado,
acariciaba el arco.
Tocó la flecha amarga,
hizo vibrar la cuerda poderosa
y un tiempo antiguo vino en
oleadas
de hosca respiración hasta los
hombres”.
Juanma sintió que se le secaba
la boca, y como si el estómago se le bajara hasta los pies. ¿Qué
coño estaba pasando?; se lanzó hacia delante, y penetró en el
salón.
Había visto cosas feas en su
joven vida, pero lo último que esperaba ver era sentado en su sofá
al gordo ese raro que le subió la bolsa de basura la semana
anterior [bolsa que Juanma había dejado aposta dentro del edificio]]. Estaba completamente desnudo. Juanma se paró en seco,
mirando al tipo de hito en hito. Tenía uno de sus brazos gordezuelos
apoyado a lo largo del espaldar del sofá, y su mano izquierda
descansaba en la rodilla de la pierna cruzada sobre la derecha,
mostrando los pliegues de un vientre seboso, tan lampiño como el
resto de su mórbido cuerpo. En su cara redonda de nariz respingona
aparecía una sonrisa rígida.
-Hola,
Juanmi, mi niño, como no subías, me has obligado a bajar, así,
rápido, sin vestirme -dijo, levantando su mano y describiendo un
pequeño círculo sobre unos abultados genitales rosimorados-. Eres
un chico malo. Por tu expresión puedo deducir que te estás
preguntando cómo he entrado. Hay cosas que sabrás a su tiempo, pues
hay asuntos más urgentes, como sacar a nuestro perro. Lleva ya mucho
tiempo aguantando, y necesita hacer sus necesidades. Mira lo que está
pasando ya, por tu retraso -el llamado Cobolí señaló el suelo del
salón donde Juanma pudo ver varios mojones de gran tamaño-, ahora
es preciso que subas a pasearlo.
Juanma sintió que la cólera le
subía por la garganta, venciendo el asco y espanto que le producía
esa aparición, y se abalanzó sobre el individuo, al tiempo que
intentaba articular un insulto. No pudo, empero, escuchar su voz;
algo informe le atenazaba el cuello, impidiéndole respirar. Cayó de
rodillas asfixiándose, mientras observaba con los ojos desencajados
a Cobolí, que lo miraba con los suyos entornados.
-Creo
que esta mañana mi coinquilino del ático, donde vivimos por gracia
de nuestro anfitrión y benefactor, el sr. Labasú, te cogió del
pescuezo con su manaza. Un sentimental, ese Lorai. Como puedes ver, a
mi no me gusta recurrir a esas vulgaridades. No te preocupes, no
tendrás que verlo más si no quieres. He decidido tomarte bajo mi
protección. ¿Te gusta la poesía, mi niño?, ¿has leído a
Valente? ¿Cómo dices?, ¡ah!, claro, que no puedes hablar ni apenas
respirar. Bueno, mejor ahora, ¿verdad? Eso es, intenta incorporarte
poco a poco. ¿Cómo?, ¿lloras? Con Lorai no lloraste; no sé si
sentirme halagado. Quiero sincerarme contigo, Juanmi, y decirte que
me pareces un idiota, en el sentido lato y también en el etimológico
del término, es decir, alguien sólo concernido por lo propio, y
cuya única fuente de conocimiento, en consecuencia, es la
experiencia. ¿No entiendes nada de lo que estoy diciendo, verdad? Se
afirma que el dolor es algo que ennoblece incluso al más lerdo, y tu
destino, si no se enmienda, es embrutecer tu vida y acabar, por
ejemplo, como el gordo mezquino y envidioso del piso de abajo. Pero
el dolor, como todo, tiene sus grados. ¿Has visto a alguien agonizar
de dolor, Juanmi? Yo sí; son cosas que ocurren, por ejemplo, cuando
se opera a alguien sin anestesia sólo por ver cuánto se aguanta.
Sabes, hay humanos a los que no hay que sugerirles nada. Esta mañana
Lorai te pegó, y sangraste un poco por la nariz, ¿cierto?; ¿conoces
tu grupo sanguíneo? No, claro. Yo tengo el mío aquí, tatuado en el
brazo -dijo, mostrando la cara interior de su brazo derecho-.
Recuerdo de otros tiempos. Tal vez pienses que lo que te está
pasando no es justo, pero la justicia con mayúsculas no existe, sólo
la legal, y a ésa muchos escapan. He visto a personas infinitamente
mejores que tú sufrir horrores que, sin duda, no merecían. Pero si
los buenos recibieran lo que merecen, y los malos lo propio, las
utopías estarían al fin localizables. Y tú no eres malo ni bueno,
mi niño, tú eres idiota. Bueno, se acabó la perorata; ahora vas a
recoger esos mojones del suelo con los kleeenex que tienes en esa
silla. Bien. Quedan dos ahí; ¿Ya se ha acabado el papel? Pues te
toca recogerlos con la mano. ¡Vaya!, ¿vomitas? No te azores por mí,
no es la primera vez que veo mierda y vómitos juntos, sólo echo en
falta la sangre. Ji, ji. A propósito, si dices algo de esto a tus
amigos te aplastaré como… esa mierda que acabas de pisar, ¿es que
no la habías visto?, ¡ja, ja, ja! Bien, listo, quedan algunos
cercos de caca por allá, pero estás aprendiendo a ser una persona
pulcra; poco a poco. Ahora, echas eso por el váter, te lavas las
manos y subes al ático a recoger al perro. Esto puede ser el
comienzo de una gran amistad, ¿tampoco me entiendes ahora, verdad?
Eres un encanto. Harás algunas cosas por nosotros. Bueno, sube ya, y
no te olvides la llave de casa.
-Por
cierto, el perro se llama Cadijo."